viernes, 10 de mayo de 2013

Relatografías VI - Eufemismos



—     Dicen que antes este era uno de los mejores barrios de toda la ciudad –dijo la más joven al tiempo que apremiaba el paso mirando con cierto nerviosismo a ambos lados de la calle.
—     ¿Quién lo dice? ¿Y antes de qué?
—     Ya lo sabes, idiota. Del apocalipsis.
—     No lo llames así. Deberías empezar a usar otro término.
—     ¿Y cómo quieres que lo llame?, ¿el cataclismo?, ¿la caída mundial?, ¿la nueva adaptación en el sistema global? Chorradas. Todo eso son eufemismos. Hay que llamar a las cosas por su nombre.


La calle estaba destrozada, como si se tratara de una zona de guerra o de una ciudad que hubiera sufrido alguna catástrofe natural. El suelo estaba salpicado de escombros y restos de desperdicios de todo tipo, basura, partes de aparatos electrónicos, algunos cuerpos de animales muertos, huesos que parecían humanos, paredes pintadas con frases de protesta y de rebeldía, y muchas otras cosas.
La que había sido una de las principales calles de la ciudad, llena de luz, de brillos, de gente paseando tranquila y relajadamente, provocaba ahora una sensación irremediable de miedo y desprotección. Caminar por allí era sentir el peligro bajo la piel.
De pronto hubo un ligero ruido, como de algún animalito ocultándose entre los escombros y cuando quisieron darse cuenta, tres tipos armados les habían rodeado.

—     ¡Ni un paso más! –gritó un tipo mayor, con barba blanquecina descuidada y unas gafas redondas con  la montura metálica que daba la sensación de que nunca habían sido suyas-. Este no es lugar para que paseen dos chicas tan monas.

Sus compañeros se miraron y mostraron una oscura e inquietante sonrisa de complicidad. Las jóvenes se quedaron petrificadas, se podía percibir el pánico en sus rostros, en cada gesto, en cada mínimo punto de su expresión. Uno de ellos, el más grueso de los tres, se acercó a la chica de más tierna edad. Levantó su brazo y con su mugrienta mano trató de acariciar su mejilla. Antes si quiera de que las yemas de sus dedos llegasen a contactar mínimamente con la fría epidermis de ella, se oyó un ruido seco, un chasquido como el que haría una rama al partirse. El hombre lanzó un desgarrado alarido al ver como su brazo se doblaba ahora hacia el lado contrario, de una manera imposible y antinatural.
Su compañero, nervioso al ver el giro que estaban tomando las cosas, apuntó a la chica y le disparó a la cabeza, pero lejos de conseguir lo que esperaba, solo pudo ver cómo la bala entraba en la frente de la joven con un estallido de líquido espeso que poseía cierta apariencia a sirope de fresa o de frambuesa. En un movimiento casi imperceptible para el ojo humano, se situó tras su agresor y le rompió el cuello con un fugaz movimiento. Los otros dos trataron de poner pies en polvorosa, pero antes de que llegaran a avanzar unos pocos metros, las dos chicas ya estaban a su altura y les sonreían con desparpajo.

—     Estos humanos, ¿cómo hemos nos hemos interesado por unos seres tan tontos y patéticos?
—     Menudo planeta. Esto es lo que se merecen, la extinción. ¿Qué hacemos, los matamos o los convertimos?
—     Bah, no tienen potencial ni como animal de compañía. Solo serían un estorbo.
—     Entonces no se hable más.

Sus víctimas se habían arrodillado implorando el perdón, pero los seres que habitaban en aquellos hermosos cuerpos no conocían lo que aquello significaba. Sus manos se convirtieron en armas mortales y derramaron la sangre de aquellos incautos. Después continuaron su camino lentamente como si nada hubiese ocurrido.

—     Creo que la palabra que estábamos buscando era el exterminio, todas las demás son solo eufemismos.



Fotografía: Pedro Valdezate
Relato: Juan Trenado

4 comentarios: