viernes, 17 de mayo de 2013

Relatografías VII - Lo Inefable III






Cabizbajo y solitario por aquellas desérticas calles mirando en su interior, caminaba como un autómata hasta tal punto que si se hubiera cruzado con algún animal salvaje no se habría dado ni cuenta de ello. Sus pasos resonaban al chocar con las aceras con un ritmo monótono, como el del segundero de un escandaloso reloj de pared en mitad de la noche.

“Atrocharé por el parque” –pensó. Atrochar era una palabra que le gustaba, venía a significar que tomaba un atajo, y aunque su uso no era muy común y a los demás les resultara extraña, a él le encantaba utilizarla siempre que podía. Al caminar sobre las hojas que enmoquetaban el suelo sus pies tropezaron con algo y cayó torpemente de bruces, golpeando con el rostro en el duro suelo. Avergonzado se levantó de un salto y miró disimuladamente a ambos lados para confirmar que nadie le había visto. Maldijo en un susurro y comprobó con qué se había tropezado.

¿Qué era aquello? Parecía una piedra redonda y lisa, así como un huevo de algún animal pero con unos colores brillantes y extraños. Al cogerlo con la mano comprobó que era increíblemente pesado para su tamaño y que su tacto era suave, tanto como el agua cuando roza la piel o los labios cuando roban un beso. Tenía algo más. Al acariciarla con el dedo pulgar parecía notar algo rugoso en la superficie, como si tuviera alguna letra o símbolo grabado, pero lo observó atentamente y no supo adivinar lo que era.

De pronto ocurrió algo. Un suceso que no hubiese sido capaz de explicar ni en un millón de años. El tiempo se detuvo y todo lo que le rodeaba perdió su color. Le pareció encontrarse en el interior de una burbuja y que la realidad había pasado a convertirse en una película antigua en blanco y negro. Haces de luz, como brillantes columnas comenzaron a unir el cielo y la tierra hasta que uno de estos rayos le alcanzó de lleno. En ese momento sintió algo indescriptible, como si su alma abandonara su cuerpo y saliera despedida hacia el espacio exterior a una velocidad miles de  veces superior a la de la luz. Cruzó la negrura y el vacío cósmico sintiéndose un grano de arena en un desierto… y de pronto, se detuvo. Estaba de nuevo en tierra, pero este suelo no era el de su planeta, aquello era una visión incomparable. ¿Cómo describir cosas para las que no se han inventado aún las palabras? ¿Cómo son las luces, las sombras y los colores que no conocemos? ¿Cómo es el aire que respiramos? ¿Cómo eran los seres que allí habitaban? ¿Cómo las texturas, los aromas, los sabores? Sus ojos contemplaban maravillados todo a su alrededor tratando de capturar cada detalle y trasladarlo a su propio lenguaje.

Entonces, como atado por una invisible goma elástica de dimensiones infinitas, su alma fue arrastrada de nuevo a años luz de distancia para regresar en un instante a su cuerpo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en el suelo, mareado. Se llevó la mano a la cabeza y sintió que tenía sangre corriendo por su frente.  Se dio cuenta de que no había viajado a ningún lugar hermoso y lejano, sino que se había desmayado al caerse al suelo. Caminó despacio hacia el lugar donde en sus sueños había encontrado la misteriosa piedra y allí encontró una roca pequeña, redondeada y de color gris. La sostuvo en las manos, la observó de cerca y después la arrojó de nuevo al suelo sintiéndose idiota. Solo habían sido delirios causados por el golpe…

1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado

2 comentarios:

  1. Jajaja, está bien...

    Buen relato y de la foto qué puedo decir; me gusta la iluminación y el efecto de la piedra en el suelo, aunque el gesto de sorpresa... bueno, le echaremos la culpa al modelo... jajaja.

    ResponderEliminar
  2. Aunque pone anónimo creo que se quien eres. Gracias por posar para las relatografías.

    ResponderEliminar