lunes, 24 de junio de 2013

Relatografías XII - Entre el Cielo y el Mar




Parecía una tontería, pero siempre que sobrevolaba aquella zona pensaba que un cielo así, no se encontraba en ningún otro lugar del universo. Era tan hermoso y tan indescriptible. Los colores se iban difuminando suavemente dando lugar a infinitas tonalidades distintas que, seguramente, el ojo humano no era capaz de distinguir. Las nubes flotaban lentamente dejándose llevar por la inmensidad del cielo azul creando formas sublimes, texturas imposibles, detalles que convertían ese lienzo vacío en algo mágico. Hasta la luna, esa inútil roca blanca que daba vueltas sin sentido a la tierra tenía un mágico halo que la hacía única.

A pesar de lo rápido que se movía por el cielo, siempre se tomaba un momento para disfrutar del paisaje. Estaba enamorado de ese cielo y aunque sabía que no tenía mérito alguno ya que sus progenitores, y los de ellos, y los de estos anteriormente, habían sido pilotos y todos aquellos conocimientos los llevaba en su herencia genética, le encantaba volar una de aquellas aeronaves. Aquél enorme vehículo surcaba el aire a una velocidad y con una maniobrabilidad incomparables.

Un pitido le despertó de sus ensoñaciones, y al ver el cuadro de mandos divisó en el radar un objeto que se acercaba en la lejanía. No te preocupes –pensó-, aún está muy lejos. Le hizo un leve ademán con la mano a su copiloto y esté, sin cambiar su gesto de muñeco de cera, obedeció pulsando varios comandos en la pantalla. Después salieron disparados mientras se elevaban para no coincidir con aquello que probablemente sería un avión de pasajeros. Pronto se cruzaron a distintos niveles en el cielo y el capitán dejó escapar un leve silbido, parecido a un suspiro.

-          Capitán -dijo su segundo a bordo-. Creo que nos han visto.

-          Explícate.

-          Su piloto está intentando comunicarse con nosotros.

-          Maldita sea su nueva tecnología. Cada vez es más difícil. Volvamos a casa.

La nave se detuvo en seco y bajó a en vertical a una velocidad vertiginosa hasta estrellarse en el océano. Las vistas eran ahora oscuras y desagradables. No le gustaba demasiado el agua pero sin duda era lo más seguro.

El capitán miró a su copiloto y parecía que se estuviera mirando en un espejo, esa piel grisácea y lisa como la seda, los ojos enormes como ópalos blancos y la cabeza oblonga de un tamaño mayor que el humano.

-          Cualquier día no podremos escondernos. Estos humanos están creciendo a un ritmo agigantado, parece que fue ayer cuando vivían en cuevas.


-          Sí –dijo el copiloto-. Son una gran raza. ¡Lástima que sean tan feos!



1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado

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