lunes, 23 de septiembre de 2013

Relatografías XIX - Más antiguo que los Dioses



Cuenta la leyenda que los Razkhirr viven entre nosotros desde el principio de los tiempos. Se dice que son seres poderosos, malvados y crueles que desde las sombras nos observan juzgando nuestras acciones. No son dioses ni tampoco demonios, son algo aún más antiguo. Se dice también que conocen nuestros pensamientos mejor que nosotros mismos y que se alimentan de la sangre impía y corrupta de los débiles humanos. Dice la leyenda que si ves a uno de ellos puedes estar seguro que ese será el momento de tu muerte.

-          ¿Dígame? –contestó una voz masculina el teléfono.
-          Hola –dijo la chica con en un hilillo de voz entrecortado.
-          ¿Qué te pasa? Pareces nerviosa.
La joven caminaba por las adoquinadas calles desiertas salpicadas de la luz amarillenta de las farolas. El silencio envolvía la ciudad como un manto de bruma, quebrado muy de vez en cuando por algún vehículo que regresaba a casa solitario.

-          Creo… creo que alguien me viene siguiendo desde hace un rato.
-          Bah. No hagas caso. Seguro que es una tontería.
-          No me digas eso -se alteró-. Llevo más de media hora andando y siempre oigo los mismos pasos, pero cuando me doy la vuelta no veo a nadie, y los pasos se detienen.
-          Entonces busca un lugar en el que meterte o acércate a alguien que veas.
-          Está todo cerrado, es lunes y son las doce de la noche ¿qué iba a haber abierto?
-          No lo sé. ¿Algún bar?
-          Eres idiota, no sé para que te he llamado.
En la distancia, un eco de pasos imitaba el ritmo de sus pisadas con precisión, y si ella se paraba, el eco dejaba de escucharse.

-          Vamos, tranquila –dijo con un tono pausado, como si estuviese hablando con un niño pequeño. ¿Cuánto te queda para llegar a casa?
-          Estoy como a cinco minutos –dijo ella-. Estoy llegando a la plaza.
Cruzó el espacio abierto de la plaza caminando lo más rápido que podía y mirando atrás de cuando en cuando para tratar de ver a alguien. La plaza estaba rodeada de árboles cuyas hojas empezaban a tornarse amarillentas, y en el centro, dominándolo todo, había una estatua ecuestre repleta de moho. Salió por el otro extremo y recorrió el último laberíntico tramo de callejones que le faltaban para llegar a su hogar. Entonces las pisadas comenzaron a escucharse cada vez con mayor claridad. Dejaron de imitar a la joven y aceleraron su paso. Ella trató de caminar más rápido pero era evidente que quien fuera le estaba dando alcance. Al girar la esquina sintió que una mano la sujetaba del hombro y cuando se dio la vuelta pudo ver cómo su pareja estaba allí, en pie, con el móvil en una mano y a la espalda la otra ocultando un objeto afilado.
Con mirada maliciosa mostró el afilado cuchillo a la joven y esta, lejos de sentirse amenazada, le sonrió con la cabeza ladeada como quien mira a un niño haciendo travesuras.

-          ¿Por qué me miras así? ¿Es que no sabes que he venido a matarte?
-          Ya lo sabía. No es casualidad que salga contigo, ni lo es que regrese a estas horas por las oscuras y solitarias calles. Pero hay algo con lo que no contabas.
El chico, extrañado, miró a su alrededor como esperando que de un momento a otro salieran un montón de policías de sus escondrijos y le detuvieran por sus múltiples asesinatos. Pero cuando volvió a fijar su mirada en la chica, se había transformado en un ser salvaje. Una especie de bruja de ojos sanguinolentos y enloquecidos en un rostro felino, que poseía garras en sus manos, colmillos afilados y cabellos blancos como tela de araña. Su sinuoso torso estaba desnudo y la mitad inferior de su cuerpo tenía la forma de una serpiente. Le sujetó del cuello levantándole un palmo del suelo y con la otra mano hincó sus desmesuradas garras en el vientre del asesino. Entonces el joven pudo sentir un frío etéreo atravesando la carne, contrastando con el calor de la sangre que brotaba de su cuerpo y cayó al suelo con gesto de incredulidad: “¿Qué eres tú?”


Y esta, desplegando unas enormes alas negras en su espalda que parecían estar hechas con la piel de algún ser mitológico contestó: “Muchos son los nombres que he tenido. Yo ya estaba aquí cuando nacieron los dioses. Soy un ser superior. Soy tu final”. Y con estas palabras se acercó lentamente a su pálido rostro, absorbió su último hálito de vida y batiendo sus poderosas alas desapareció en la negrura de la noche.

1º.- Relato: Juan Trenado
2º.- Fotografía: Pedro Valdezate

No hay comentarios:

Publicar un comentario