lunes, 7 de octubre de 2013

Relatografías XXI - Maniático



Salió dando un portazo y refunfuñando cosas incomprensibles que parecían no tener sentido alguno. Estaba desesperado. Tan solo le faltaban unas pocas páginas para terminar su novela y los malditos ruidos no le dejaban pensar. Sus ágiles dedos se negaban a teclear ni una sola palabra más entre tanto alboroto. Por un lado la vecina fingía a voz en grito mientras su novio hacía resonar el somier y lanzaba un alarido similar al que daría un jabalí al que acaban de disparar. Los críos en la calle gritaban sin cesar mientras jugaban quebrantando la paz del silencio. Los coches en el exterior rugían constantemente desesperándole por no poder encontrar la quietud que necesitaba en esos últimos párrafos.

No sabía cuando se había vuelto tan maniático, pero cualquier ruido le sacaba de sus casillas. Había acabado detestando las conversaciones ajenas, el sonido del televisor, e incluso el inagotable tic-tac del reloj. Cuando ya no pudo más, cogió sus cosas y salió corriendo de la casa para escapar de aquella locura interior.

Caminó sin detenerse hasta la pirámide del Manzanares. No se veía a nadie por los alrededores, todo estaba solitario como un cementerio a primera hora de la mañana y tan solo el caótico viento se movía libremente por allí. Miró a aquella estatua y por un momento le pareció entenderla. Era como él mismo había sido toda su vida, una cabeza envuelta en una maraña de pensamientos. Ese breve pensamiento le hizo sonreír por un instante.

Subió lentamente los últimos escalones de la pirámide fingiendo de forma mecánica peinarse los escasos cabellos que le quedaban mientras poco a poco se abría antes sus ojos la imagen de la imponente ciudad de Madrid. La estatua se erguía en lo alto de aquella construcción, como si fuera un homenaje a una diosa inexistente de una religión aún no inventada.

Cuando llegó a lo más alto, se detuvo a contemplar los invisibles ojos de la Dama, arropado por el silencio en el que parecía sometida la inmensa urbe. Así se mantuvo durante un rato, sintiéndose igual que aquella estatua. Se sintió en paz, calmado como no se encontraba en otro lugar. Suspiró y en un susurro dijo: “Ojalá no tuviera que escuchar más todos esos malditos ruidos”.

Pasó un buen rato en aquel lugar hasta que más tranquilo, se decidió a volver. Extrañamente, cuando abrió su puerta todo estaba en silencio. Parecía un milagro. Sin pensárselo dos veces se puso a escribir rápidamente, tan concentrado que no se dio cuenta de que el silencio se mantuvo todo el tiempo hasta que terminó la novela.

Cuando hubo acabado se levantó de su silla y se echó un poco de whisky en un vaso corto con un hielo. Encendió la televisión y se comprobó que las imágenes se movían  pero que no emitían sonido alguno. Pasó por distintos canales y todos estaban en silencio. Subía y subía el volumen pero no conseguía oír nada. Asustado, se asomó la ventana y pudo ver el silencio tráfico, un enorme camión de la basura que no emitía ningún sonido. Un autobús que cruzaba la calle como si se tratara del propio viento. Las lágrimas cayeron de sus ojos mientras sonrió por la ironía. Hay que tener mucho cuidado con lo que se quiere porque tal vez, en algún momento, se cumple exactamente lo que uno desea.



1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado

1 comentario:

  1. Impresionante... en días como en los que vivimos hay deseos que crees que nunca llegan, pero creo que al final, todo sucede

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