- Bueno…
qué… ¿salimos? –dijo Kike con sentado con su guitarra eléctrica apoyada en el
regazo.
En aquella oscura sala, los cuatro músicos embutidos en su
ropa de licra discutían sin llegar a un acuerdo. Sus instrumentos estaban ya en
las últimas y algunos habían oído hablar de una tienda de música que aún estaba
prácticamente intacta en una de las localidades vecinas.
-
No lo sé –dijo Bruno, el bajista, escondido entre sus pelos largos que apenas
dejaban ver su rostro-. Es muy peligroso. Acordaos de lo que le pasó al pobre, López.
Desde entonces ya no somos cinco, ahora somos solo cuatro idiotas que tocamos
sin público.