El mundo está a punto de apagarse, de extinguirse como una
vela que se queda sin su cuerda, como una linterna sin pilas, como un sol
explotando en una inmensa supernova. Supongo que todo el mundo creía que sería
algún meteorito cayendo en la Tierra, o alguna enfermedad mortal ultra
contagiosa, o tal vez incluso los extraterrestres. Pero no, la verdad es que la
culpa es mía y solo mía.
Antes de nada, debería confesar que tengo poderes. Pero no
uno de esos poderes chulos de los comics como teletransportarse, hacerse
invisible, volar, regenerarse o convertirse en una criatura verde con inmensa
mala leche. No. Mi poder es apagar las luces. Eso me pasa por haber nacido en
Leganés en lugar de en Nueva York o en Gotham City.
Descubrí que tenía ese poder cuando tenía 6 años. En clase
había un chico, grande como una montaña. Una especie de mole sobrealimentada y
abusona que me traía por la calle de la amargura. Una tarde, yo andaba
distraído recogiendo mis cuadernos, lápices, estuche y demás material escolar,
y cuando el resto de niños hubieron salido del aula se acercó a amenazarme con
el objetivo de quitarme la merienda… y entonces ocurrió. Fue como una descarga,
un pequeño rayo verde que surgió de mis manos y se extendió por toda la clase
haciendo que explotasen los fluorescentes y dejando el edificio del colegio sin
luz. El pobre niño, amén de necesitar urgentemente un cambio de muda, jamás
volvió a mirarme a la cara. Durante años, cuando nos cruzábamos en un pasillo,
simplemente escondía el rostro y seguía caminando.
La segunda vez que perdí el control fue teniendo quince
años. Al terminar el curso y tras el disgusto de mis habituales malas notas, mi
novia del instituto tuvo que mudarse con sus padres a algún lugar lejano que ya
ni recuerdo. Aquella noche, cuando vi su coche marchar y sabiendo que no nos
volveríamos a ver, las lágrimas no eran capaces de brotar. En su lugar creció
dentro de mí una especie de furia que no era capaz de controlar. El cielo se
volvió verdoso con el tono de una charca de aguas estancadas y de mi cuerpo
escapó una energía que dio lugar a lo que en los medios llamaron el Gran Apagón de Leganés.
Desde entonces me di cuenta de que mi poder, aunque absurdo,
tenía cierto peligro. Había un punto básico e irreprimible que me daba miedo.
Desde entonces, decidí canalizar esa energía hacia un objeto, una pequeña
linterna comprada en los chinos hacia
la que podía volcar mi furia cuando veía que las cosas se ponían feas.
La semana pasada me despidieron de mi trabajo. Dicen que no
van a tener los beneficios que esperaban. Nos ha jodido…y ahora yo tampoco. Hoy
he salido a comprar y el ambiente estaba enrarecido. Al llegar al supermercado
un hombre joven algo desaseado, vestido con un bonito traje al que se le notaba
que llevaba ya tiempo sin lavar ni planchar, pedía a la gente el Euro del
carrito. Después mientras compraba, una pareja de apariencia común, de esas
personas que parecen no decir nada, como esos vecinos que te suena la cara pero
no sabes en qué portal viven, escondían embutido en el abrigo de su hija
pequeña para poder llevarse algo a la boca. He hecho la compra con un regusto
amargo en mi fuero interno.
Al llegar a casa, he puesto la tele y al ver un anuncio ha
sonado un clic. Era el anuncio de un
banco. Uno de esos que nos ha llevado hasta este punto y que ahora lanzan
consignas preciosas de unidad, de futuro, de confianza. Uno de esos que nos
hunden durante toda nuestra vida y cuando parece que van a desaparecer, llegan los importantes y les salvan a costa de
nuestro dinero, esfuerzo y miserias.
Sin poder evitarlo, algo dentro de mí ha empezado a crecer.
Me he aferrado con fuerza a mi objeto de canalización, pero era tan poderoso,
tan incontrolable, que ni tan siquiera me he molestado demasiado en intentarlo.
He sentido como la energía recorría mis venas como un relámpago entrando y
saliendo en un instante de mi cuerpo. Entonces de mi mano, igual que lo hiciera
hace ya muchos años, ha brotado como una flor un rayo verde y eléctrico, y
formando una esfera, su tamaño ha ido creciendo como una infinita pompa de
jabón iridiscente hasta perderse en el horizonte.
1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado
1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado
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