viernes, 24 de mayo de 2013

Relatografías VIII - Superheroe o Supervillano




El mundo está a punto de apagarse, de extinguirse como una vela que se queda sin su cuerda, como una linterna sin pilas, como un sol explotando en una inmensa supernova. Supongo que todo el mundo creía que sería algún meteorito cayendo en la Tierra, o alguna enfermedad mortal ultra contagiosa, o tal vez incluso los extraterrestres. Pero no, la verdad es que la culpa es mía y solo mía.

Antes de nada, debería confesar que tengo poderes. Pero no uno de esos poderes chulos de los comics como teletransportarse, hacerse invisible, volar, regenerarse o convertirse en una criatura verde con inmensa mala leche. No. Mi poder es apagar las luces. Eso me pasa por haber nacido en Leganés en lugar de en Nueva York o en Gotham City.

Descubrí que tenía ese poder cuando tenía 6 años. En clase había un chico, grande como una montaña. Una especie de mole sobrealimentada y abusona que me traía por la calle de la amargura. Una tarde, yo andaba distraído recogiendo mis cuadernos, lápices, estuche y demás material escolar, y cuando el resto de niños hubieron salido del aula se acercó a amenazarme con el objetivo de quitarme la merienda… y entonces ocurrió. Fue como una descarga, un pequeño rayo verde que surgió de mis manos y se extendió por toda la clase haciendo que explotasen los fluorescentes y dejando el edificio del colegio sin luz. El pobre niño, amén de necesitar urgentemente un cambio de muda, jamás volvió a mirarme a la cara. Durante años, cuando nos cruzábamos en un pasillo, simplemente escondía el rostro y seguía caminando.

La segunda vez que perdí el control fue teniendo quince años. Al terminar el curso y tras el disgusto de mis habituales malas notas, mi novia del instituto tuvo que mudarse con sus padres a algún lugar lejano que ya ni recuerdo. Aquella noche, cuando vi su coche marchar y sabiendo que no nos volveríamos a ver, las lágrimas no eran capaces de brotar. En su lugar creció dentro de mí una especie de furia que no era capaz de controlar. El cielo se volvió verdoso con el tono de una charca de aguas estancadas y de mi cuerpo escapó una energía que dio lugar a lo que en los medios llamaron el Gran Apagón de Leganés.

Desde entonces me di cuenta de que mi poder, aunque absurdo, tenía cierto peligro. Había un punto básico e irreprimible que me daba miedo. Desde entonces, decidí canalizar esa energía hacia un objeto, una pequeña linterna comprada en los chinos hacia la que podía volcar mi furia cuando veía que las cosas se ponían feas.

La semana pasada me despidieron de mi trabajo. Dicen que no van a tener los beneficios que esperaban. Nos ha jodido…y ahora yo tampoco. Hoy he salido a comprar y el ambiente estaba enrarecido. Al llegar al supermercado un hombre joven algo desaseado, vestido con un bonito traje al que se le notaba que llevaba ya tiempo sin lavar ni planchar, pedía a la gente el Euro del carrito. Después mientras compraba, una pareja de apariencia común, de esas personas que parecen no decir nada, como esos vecinos que te suena la cara pero no sabes en qué portal viven, escondían embutido en el abrigo de su hija pequeña para poder llevarse algo a la boca. He hecho la compra con un regusto amargo en mi fuero interno.

Al llegar a casa, he puesto la tele y al ver un anuncio ha sonado un clic. Era el anuncio de un banco. Uno de esos que nos ha llevado hasta este punto y que ahora lanzan consignas preciosas de unidad, de futuro, de confianza. Uno de esos que nos hunden durante toda nuestra vida y cuando parece que van a desaparecer, llegan los importantes y les salvan a costa de nuestro dinero, esfuerzo y miserias.


Sin poder evitarlo, algo dentro de mí ha empezado a crecer. Me he aferrado con fuerza a mi objeto de canalización, pero era tan poderoso, tan incontrolable, que ni tan siquiera me he molestado demasiado en intentarlo. He sentido como la energía recorría mis venas como un relámpago entrando y saliendo en un instante de mi cuerpo. Entonces de mi mano, igual que lo hiciera hace ya muchos años, ha brotado como una flor un rayo verde y eléctrico, y formando una esfera, su tamaño ha ido creciendo como una infinita pompa de jabón iridiscente hasta perderse en el horizonte.

1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado

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