Jesús era una persona de costumbres, lo había sido siempre
en su trabajo como funcionario y lo era también ahora que estaba jubilado. Como
cada tarde, a las 18:00 horas se había tomado un café con una gotita de leche
desnatada, después se había sentado en su viejo sillón a leer un rato y, tras algo
más de una hora leyendo, se puso su chaleco de punto, su chaquetón verde y se dispuso
a salir de casa para caminar en solitario durante media hora para intentar,
teniendo en cuenta su edad y su reciente situación laboral, no perder demasiada
forma física.
Aquella tarde fue ligeramente distinta. Aunque hizo caso
omiso a las previsiones, el cielo gris amenazaba tormenta. Sus pasos se
encaminaron por la misma ruta que realizaba a diario. Cruzó el enorme parque,
bordeó los grises edificios gubernamentales y cruzó el puente hasta la otra
orilla del río. Hasta ese punto todo era normal, pero pronto el oscuro nubarrón
que se cernía en el cielo comenzó a descargar toda su furia sobre la ciudad y
el jubilado se tuvo que refugiar al cobijo del puente.
Enfurruñado, contempló la lluvia pensando que todos sus
planes, sus estudiados horarios y sus arraigadas manías se habían ido al traste
por la estúpida lluvia. De pronto escuchó un ruido a su espalda. Algo como un
suave y extraño quejido, y al girarse y observar lo que había entre unas sucias
cajas de cartón no pudo evitar dar un respingo. Cuando se acercó a comprobar lo
que era se quedó boquiabierto. Aquella pequeña criatura no se parecía a nada
que hubiera visto antes. Del tamaño de un yorkshire, aquel ser no tenía pelo,
ni plumas, sino algo más parecido a escamas de pez. En su rostro, grotesco como
una gárgola, sobresalía una especie de pico curvo como de ave rapaz y unos ojos
con los que parecía no poder distinguir los objetos. Emitía una especie de
gemido desagradable, que a Jesús se le antojó parecido al sonido de un animal
malherido y moribundo. Tenía cuatro patas que terminaban en diminutas pero afiladas
garras y cuando Jesús se armó de valor e intentó recogerle del suelo, éstas se
le clavaron en la carne derramando unas gotas de sangre y cayeron por su piel como
cera que resbala por el borde de una vela.
¿Qué era aquel ser? ¿Qué tipo de animal había descubierto
aquí, en pleno Madrid, a escasa distancia de su propia casa? Era extraño pero
le parecía bastante indefenso. Sintió que debía protegerle y llevarle a algún
lugar donde pudieran estudiarle. Estaba convencido de ser la primera persona
que contemplaba a semejante criatura. Le resultaba hipnótica, mágica y mística.
No podía apartar los ojos de aquella pequeña bestia. Se quitó el abrigo y
arrulló a la criatura en su interior como si fuera un bebé recién nacido.
Seguía lloviendo, pero ya no prestaba atención a la lluvia. Le observó de cerca
tratando de descubrir lo que escondían sus facciones y entonces sucedió algo.
Jesús sintió una siniestra sensación de pánico cuando vio algo que no quería
creer. De pronto, los ojos de la criatura parecieron quedarse fijos en los
suyos, como contemplándole, y la comisura de su pico pareció esbozar una perversa
sonrisa. Jesús lo arrojó al suelo y se dio cuenta de que estaba rodeado de multitud de criaturas
salidas de todos los rincones de aquel puente. Su cuerpo se quedó paralizado
mientras aquellos seres trepaban por su cuerpo, clavando las garras en sus
músculos y haciendo brotar la sangre. Cuando quiso correr ya no
tuvo fuerzas y cayó de rodillas al suelo para luego desmayarse. Aquellos seres
de aspecto débil e indefenso devoraron su cuerpo hasta no dejar otra cosa que
sus ropas ajadas bajo aquel solitario puente en aquella tarde de tormenta.
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
*. La foto he tenido que reeditarla ya que al ser tan oscura apenas podía verse en los móviles. Espero que ahora esté mejor.
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
*. La foto he tenido que reeditarla ya que al ser tan oscura apenas podía verse en los móviles. Espero que ahora esté mejor.
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