El ascensor se elevaba por la parte frontal del edificio,
como si se tratara de una gigantesca cremallera de cristal adherida a una
gigantesca prenda de acero. Se dio
cuenta de lo realmente cansada que estaba sin darse cuenta de que en lugar de disfrutar
de las vistas reales de los rascacielos y edificios que surgían de la tierra
como setas tras un día de tormenta, contemplaba la imagen de alta definición de
esta en una inmensa pantalla instalada en las paredes del propio elevador. Dejó
su gastado maletín en el suelo y se desabrochó el botón central de su
americana. Cuando llegó a su planta, la puerta se abrió dando directamente a la
puerta de entrada de su casa. “Abrir” – dijo y su voz sonó lenta, como si
estuviese desgastada por el uso a lo largo del día. El dispositivo reconoció
inmediatamente las características de su modulación y permitió la entrada a la
propietaria de la casa.
— Hola,
cariño –dijo una voz masculina desde la cocina.
— Hola,
amor.
— ¿Qué
tal tu día? –le preguntó mientras se acercaba a ella para darle un beso de
bienvenida.
Él era un tipo alto, perfectamente diseñado, ojos bonitos,
pelo perfecto, labios gruesos de sonrisa amable y un color de piel moreno, como
si fuera capaz de mantener un eterno bronceado. Siempre la tenía en palmitos.
La cuidaba, la protegía y anteponía sus deseos a cualquier otra cosa.
— Hoy
he estado pensando que deberíamos preparar una escapada a algún lugar –dijo
mientras regresaba a la cocina a continuar preparando una cena increíblemente
saludable-. Te noto muy estresada y cansada. Deberías desconectar de vez en
cuando. La empresa no se derrumbará porque faltes unos días, ¿no crees?
— Tienes
razón –dijo ella sin mucho entusiasmo quitándose los elegantes zapatos con
demasiado tacón para resultar prácticos.
— Entonces
deja que me ocupe yo de todo. Buscaré algún lugar paradisíaco y remoto. Lejos
de los núcleos urbanos y de las aglomeraciones. Algún sitio que no conozca
nadie.
Sus ojos se pusieron en blanco y comenzaron a buscar
internamente información relativa a viajes de ensueño. Su cerebro se conectó
con los satélites y en instantes ya estaba contrastando imágenes de playas en
tiempo real y cotejando vuelos, transportes, hoteles, y demás detalles para el
viaje.
Entonces ella cogió un pequeño mando a distancia de color gris
que tenía sobre la mesa y pulsó el botón rojo. Al instante su pareja se apagó.
Le quería mucho, era el compañero perfecto, pero a veces necesitaba unos
instantes para ella misma, lejos de la perfección. Los compañeros androides
estaban de moda, eran el futuro, no daban problemas y te amaban tanto o más que
una persona real, tenían todas las características que uno pudiera soñar en su
pareja. No obstante, a veces, sentía la necesidad de un poquito de imperfección
humana. De esos detalles que demuestran que la vida no lo tiene todo. Esas
cosas que escapan de tu control y que a veces te desesperan o te rompen los
nervios. Era en esas ocasiones cuando echaba de menos tener un compañero
humano.
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
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