lunes, 17 de junio de 2013

Relatografías XI - Amor 4.0


El ascensor se elevaba por la parte frontal del edificio, como si se tratara de una gigantesca cremallera de cristal adherida a una gigantesca prenda de acero.  Se dio cuenta de lo realmente cansada que estaba sin darse cuenta de que en lugar de disfrutar de las vistas reales de los rascacielos y edificios que surgían de la tierra como setas tras un día de tormenta, contemplaba la imagen de alta definición de esta en una inmensa pantalla instalada en las paredes del propio elevador. Dejó su gastado maletín en el suelo y se desabrochó el botón central de su americana. Cuando llegó a su planta, la puerta se abrió dando directamente a la puerta de entrada de su casa. “Abrir” – dijo y su voz sonó lenta, como si estuviese desgastada por el uso a lo largo del día. El dispositivo reconoció inmediatamente las características de su modulación y permitió la entrada a la propietaria de la casa.

     Hola, cariño –dijo una voz masculina desde la cocina.
     Hola, amor.
     ¿Qué tal tu día? –le preguntó mientras se acercaba a ella para darle un beso de bienvenida.

Él era un tipo alto, perfectamente diseñado, ojos bonitos, pelo perfecto, labios gruesos de sonrisa amable y un color de piel moreno, como si fuera capaz de mantener un eterno bronceado. Siempre la tenía en palmitos. La cuidaba, la protegía y anteponía sus deseos a cualquier otra cosa.

     Hoy he estado pensando que deberíamos preparar una escapada a algún lugar –dijo mientras regresaba a la cocina a continuar preparando una cena increíblemente saludable-. Te noto muy estresada y cansada. Deberías desconectar de vez en cuando. La empresa no se derrumbará porque faltes unos días, ¿no crees?
     Tienes razón –dijo ella sin mucho entusiasmo quitándose los elegantes zapatos con demasiado tacón para resultar prácticos.
     Entonces deja que me ocupe yo de todo. Buscaré algún lugar paradisíaco y remoto. Lejos de los núcleos urbanos y de las aglomeraciones. Algún sitio que no conozca nadie.

Sus ojos se pusieron en blanco y comenzaron a buscar internamente información relativa a viajes de ensueño. Su cerebro se conectó con los satélites y en instantes ya estaba contrastando imágenes de playas en tiempo real y cotejando vuelos, transportes, hoteles, y demás detalles para el viaje.


Entonces ella cogió un pequeño mando a distancia de color gris que tenía sobre la mesa y pulsó el botón rojo. Al instante su pareja se apagó. Le quería mucho, era el compañero perfecto, pero a veces necesitaba unos instantes para ella misma, lejos de la perfección. Los compañeros androides estaban de moda, eran el futuro, no daban problemas y te amaban tanto o más que una persona real, tenían todas las características que uno pudiera soñar en su pareja. No obstante, a veces, sentía la necesidad de un poquito de imperfección humana. De esos detalles que demuestran que la vida no lo tiene todo. Esas cosas que escapan de tu control y que a veces te desesperan o te rompen los nervios. Era en esas ocasiones cuando echaba de menos tener un compañero humano.


1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate

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