lunes, 10 de junio de 2013

Relatografías X - El Retrato y el Tiempo



El anciano respiró hondo mientras contemplaba los tonos cobrizos, púrpuras y anaranjados del ocaso. Le encantaba mirar por la ventana y disfrutar de la puesta de sol entre el paisaje moderno y urbano. Después se giró lentamente, igual que lo haría una tortuga centenaria y se dirigió de nuevo a reposar en el sofá. Antes de llegar a su destino, su cansada vista se detuvo unos instantes en un retrato que le habían hecho al menos 40 años atrás. Recordó aquella tarde de forma nítida, como si hubiera ocurrido el día anterior y se hubiese grabado, casi tallada con martillo y cincel, en la memoria. Compartió aquellos momentos con amigos de esos que nunca fallan, de esos a los que te une un invisible hilo y a los que aunque no veas en mucho tiempo, siempre tienen un huequecito en la memoria y se despiertan sus imágenes de vez en cuando. Fue un gran día. Se acercó al retrato y lo tomó en sus manos. Aún se reconocía en la foto. Ahora tenía el cabello de plata, arrugas en la frente y el rostro más redondo debido a algunos kilos ganados a lo largo de los años, pero seguía manteniendo esa mirada que parecía ocultar una pizca de tristeza bajo la sonrisa.

Su mente comenzó a reflexionar. Viéndose tan joven, empezó a pensar en todas las personas que habían influido en su vida, todos aquellos de los que había aprendido algo desde su niñez y a los que les debía lo que había llegado a ser en su vida. Se preguntó si él mismo habría conseguido llegar a alguien, si gracias a su forma de ser, a su carácter, a su amistad, a su trabajo, alguien habría pensado lo mismo de él.

Entonces le invadió una cálida sensación que enseguida reconoció. Uno de esos déjà vu que tanto le gustaban. No sabía mucho de la vida. No conocía los secretos de la existencia. Pero por alguna razón, cada vez que le ocurría sabía a ciencia cierta que ese momento era importante y que una y otra vez lo volvería a vivir. Que la vida es un círculo y que dentro de miles de millones de años que pasan en el tiempo que dura un parpadeo, lo que dura ese instante entre la muerte y la vida, regresaría para volver a tener esa vida y a disfrutarla de nuevo tal y como lo había hecho hasta ahora.

Entonces sonó el timbre rompiendo la armonía y la magia del silencio. Arrastrando ligeramente los pies se acercó a la puerta y sin siquiera preguntar la abrió. Allí, su nieto de 5 años le esperaba impaciente con una enorme sonrisa en los labios y el rostro tímido y dulce con un ligero parecido a él mismo. Enseguida saltó sobre él y le rodeó fuertemente con sus brazos finos y pálidos como juncos.

   -    ¡Abuelo! –le dijo a voces y dándole un sonoro beso en la mejilla.
   -   ¡Hombre, mi nieto! –respondió este con un tono suave y cariñoso.

Y después, mientras le posaba de nuevo en el suelo, se dio cuenta de que la gente nunca deja de influir en uno. Siempre, por muy anciano que seas, hay alguien de quien aprendes, al que admiras y que sin duda también siente lo mismo. Algo que va mucho más allá de la genética, del universo, del tiempo y del destino. Un lazo que no tiene nombre y tan fuerte que ni los mismos dioses pueden romper. Sonrió y se alegró de que algún día, en un futuro muy lejano, volvería a vivir ese momento.

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