Relatografías III - Todo esto que ves

                      —     Todo esto que ves – dijo con voz de viejo emperador romano a su segundo- algún día será tuyo.

Estaban rodeados de Madrid por todas partes, como si se encontraran en una isla y el resto de edificios de la ciudad hasta donde alcanzaba la vista, fuera un océano de ladrillo, hormigón y cristal. Todo aquello le pertenecía; o al menos así era como lo sentía. No quería ser emperador, ni rey, ni presidente o ministro, solo quería ser el dueño y señor de aquellas tierras. Fue al interior de la casa, abrió el mueble bar que estaba repleto de botellas de todo tipo, algunas de ellas de valor incalculable, y allí encontró tres botellas exclusivas de Dalmore para coleccionistas cuyo precio de cada una de ellas superaba los 35 000 euros.  Abrió una y sirvió el cobrizo líquido en dos vasos anchos con hielo para, instantes después, rellenar el resto de los vasos con un famoso refresco de cola sin que le temblase la mano ni sintiese punzada alguna en la conciencia.

—     ¡Señor! ¡Qué está haciendo! ¿Va a estropear un whisky de esa categoría?

—     ¿Estropear? –respondió el empresario de forma fría como si se tratase de un robot dotado de inteligencia artificial-. A mí me gustan los cubatas. Si un cubata con una marca normal está bueno, imagínate cómo estará con un whisky que vale miles de euros. ¡Gloria bendita!

Salieron de nuevo con los vasos a la terraza a contemplar las extraordinarias vistas de la ciudad desde las alturas.

—     Voy a darte, amigo mío, las claves de la vida. Algo que jamás nadie se atreverá a confesar. Algo que todo el mundo se empeñará en negar cueste lo que cueste. El secreto mejor guardado de la humanidad. ¿Estás dispuesto a escucharlo?

—     Sí, señor. Me gustaría saber cuál es el secreto de su éxito. Me gustaría llegar algún día a ser alguien como usted.

—     Entonces abre bien las orejas. El hombre es un lobo para el hombre. Olvídate del resto del mundo y preocúpate solo por tu bienestar y el de los tuyos. Vinimos de la nada y cuando todo esto acabe, regresaremos a la nada, así que durante este breve lapso de tiempo que pasamos aquí debemos dedicarnos únicamente de ser felices, a disfrutar de las cosas, a aprovechar las oportunidades sin pensar en la absurda legalidad que otros nos imponen o en si con tus acciones perjudicas a los demás. ¿Crees que con mi sueldo de un año puedo permitirme esas tres botellas de whisky que has visto? –su pupilo negó con la cabeza sin interrumpir al maestro-.  ¿Y de dónde crees que ha salido ese dinero? Lo cierto es que no importa de donde haya salido. Todo en la vida es así. La política es un engaño, todos son egoístas, nadie piensa en el pueblo sino solo en ellos mismos, en su enriquecimiento personal y en la sensación embriagadora que produce el poder. Seguro que si los antiguos griegos pudieran ver en lo que se ha convertido la política, preferirían haber pasado más tiempo contemplando las estrellas.  A los empresarios no nos importan los sacrificios de la gente corriente, solo interesan los beneficios. No queda ni una sola persona honrada en el mundo, toda persona piensa únicamente en sus intereses y en los de su círculo más íntimo. Piensas que si a cualquiera de todos esos que van de liberales y antisociales les ofrecieras un jugoso sustento vitalicio para ellos y sus descendientes ¿lo rechazarían? Ya te digo yo que no.

Se mantuvo unos instantes dándole vueltas a su discurso mientras contemplaba la ciudad con ojos de adolescente enamorado. Había llegado a lo más alto y le encantaba compartir sus conocimientos con alguien tan parecido a sí mismo y al que consideraba como un hijo. Entonces sintió un fuerte empujón por la espalda y antes de poder lanzar un grito estaba cayendo irremediablemente hacia la muerte. La adrenalina bombeada a su cerebro hacía que el tiempo se ralentizara hasta tal punto, que de veras le pareció tener la sensación de estar volando. En un último instante se sintió orgulloso de su discípulo. Al fin y al cabo había aprendido bien; es lo que él mismo hubiese hecho.

Fotografía: Pedro Valdezate
Relato: Juan Trenado