Siempre que pasaba por el parque me encontraba con ella. No
importaba que fuera verano o invierno, con sol o con lluvia ella siempre estaba
allí, perenne como los propios árboles allí plantados sin esperar nada. Cada
vez que la veía sentada solitaria en aquel oscuro banco de madera, sentía la
obligación de acercarme a saludarla.
— ¿Cómo
se encuentra? –le solía preguntar.
— Bien,
hijo –mentía ella.
Siempre decía que estaba bien; aunque sus ojos mostraran
tristeza; aunque sus ajados labios ocultaran el dolor de su interior; aunque
desde la distancia se pudiese contemplar el vacío que habitaba en lo más
profundo de su alma, siempre respondía: “Bien,
hijo. Estoy bien.” Su cuerpo había
aguantado las duras embestidas y golpes de la vida, la pérdida de seres
queridos, las enfermedades y, finalmente, los achaques de la edad y la soledad.
Tal vez no le gustaba hablar de su dolor o quizás no sabía por dónde empezar ni
cómo explicarlo. ¿Cómo compartir el dolor que se siente cuando pierdes a
alguien? Nadie puede sentirlo igual, nadie puede notar esa ausencia como la
nota uno mismo, esa horrible sensación de saber que no volverás a ver de nuevo
a esa persona. Parece que cuando alguien se va lejos, aunque no esté presente
en tu vida y no le veas, le hables, le sientas cada día, sabes que sigue por
ahí y que tal vez algún día vuestros caminos se vuelvan a juntar. Pero la
muerte…la muerte es lo más parecido a sentir el vacío la nada, algo que te
oprime las entrañas y no te deja respirar, ni hablar, ni tan siquiera pensar.
Aunque otros sepan cómo se siente, aunque lo hayan sufrido en su propia piel y
puedan tener una ligera reminiscencia de lo que era tener ese dolor, no podrían
sentirlo igual aunque fuera explicado con las palabras más precisas.
Esta mañana he pasado por el parque y cuando me he
aproximado a aquel banco que parecía ser el centro de su universo, estaba
vacío. Me dio pena. Sabía que era una mujer mayor y que había tenido una vida
plena. Era consciente de que tampoco habíamos tenido una gran amistad, nos
saludábamos, nos apreciábamos, éramos educados y cordiales, incluso podría
decir que parecíamos ser familiares lejanos. Pero lo que me dio más lástima fue
pensar que aunque volviera a pasar cada día por delante de aquel banco, jamás
podría volver a ver a esa mujer.
Texto: Juan Trenado
Fotografía: Pedro Valdezate
Texto: Juan Trenado
Fotografía: Pedro Valdezate
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