lunes, 22 de julio de 2013

Relatografías XV - Adaptación II




Tras unos segundos de incertidumbre, el chico me sonríe y baja lentamente su revólver. Después se acerca lentamente hasta donde estoy mientras le da una patada a una lata vacía que resuena en todo el lugar.

-          ¡Cabronazo! Hace días que no te vemos. Pensábamos que la habías palmado.

-          No, solo es que he estado un poco liado –miento.

-          Pues has tenido suerte. Te había confundido con uno de esos mutados y has estado a punto de llevarte un tiro en mitad de los ojos, o algo peor.

-          Pues ya ves que soy yo. Me he quedado sin comida y estaba buscando algo que rapiñar.

-          Bah. Aquí ya no queda nada. Ven conmigo. Hace poco los de la LDH se hicieron con un camión lleno de alimentos. Algo quedará para ti.

Lo cierto era que no quería ir, pero negarse hubiera resultado demasiado sospechoso. Así que salimos de aquel lugar y fuimos caminando por mitad de la desértica carretera hasta las afueras de la ciudad.

Muchos de los miembros de la LDH habían abandonado sus casas y habían hecho de las naves de un polígono su nuevo hogar. Otros, como yo, seguíamos viviendo en nuestras antiguas viviendas e íbamos y veníamos de cuando en cuando, como si aún pensáramos que la propiedad privada significaba algo.

-          Tienes mala cara –dijo el joven mientras me estudiaba detenidamente-. Pareces enfermo y desnutrido.

-          Estoy bien,  es solo que llevo días sin dormir. He tenido que hacer horas extras para cargarme a algunos de esos putos mutis, y no he podido descansar demasiado.

Cuando llegamos al polígono el sol lentamente ha dado paso a un siniestro manto de oscuridad y allí la gente sentada en la calle tiene una mirada extraña, llena de rencor y desconfianza. Yo sonrío y saludo a los que me encuentro dándome igual si les conozco como si no. De pronto, todo el mundo empieza a arremolinarse a mi alrededor, y cuando giro la vista atrás, mi joven “amigo” apunta de nuevo con su arma a mi cabeza. Todos comienzan a sacar sus armas, escopetas, pistolas, revólveres, algún fusil, cuchillos, hachas de bombero, barras de hierro, antorchas y tengo la “ligera” sospecha de que algo no va del todo bien.

-          Desnúdate ahora mismo –ordena el joven- si no quieres acabar como 80 kilos de carne picada.

-          ¡Qué hacéis, tíos! ¡Soy de los vuestros! ¡He matado tantos mutantes como el que más!

-          Obedece, o te vuelo ese cráneo mutante que tienes.

-          ¡No soy mutante! –digo mientras me desabrocho la camisa lo más lentamente que puedo para ganar un tiempo inútil, ¿qué voy a hacer después?

-          Entonces no tengas miedo… y quítate los pantalones también.


Me quedo desnudo y puedo ver la mirada de asombro y repulsión de todo aquel público. [Continuará…]


1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
Modelos: Enrique Pascual
               Giancarlo Jauregui


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