lunes, 29 de julio de 2013

Relatografías XV - Adaptación III



La vida se acababa. Por lo menos para mí. Rodeado de aquella gente de aspecto mugriento y cara de pocos amigos, espero mi muerte como un reo ante un pelotón callejero de fusilamiento. Desnudo, intentando ocultar las escamas de mi brazo, contemplo el resto de mi pálido cuerpo en busca de algunas otras señales de mutación. Algunas de sus caras muestran asco, y varios de ellos señalan con el dedo algo en mi cuerpo. Giro el brazo para tocarme la espalda y puedo palpar algo viscoso y detestable que ha empezado a surgirme en el centro de la ella. Sin poder verlo, siento que debe de parecerse a algo como una aleta de pez. Estoy perdido.

-          Eres un repugnante mutado –dice el joven-. Sabía que tu ausencia respondía a algo así. Lo intuía y no me equivocaba.

-          Vamos, no iréis a matarme. Siempre he estado con vosotros, siempre os he ayudado. Si no queréis verme, simplemente dejadme ir. Me largaré de la ciudad, pero no me matéis, por lo que más queráis.

-          ¿Qué pasaría si dejáramos vivos a todos lo mutis que nos encontráramos? Yo te lo diré. El mundo sería un lugar peor. Se juntarían y acabarían con nosotros. Tenemos que defender a la humanidad. Es nuestra obligación. No puedes vivir.

Intento parecer duro, pero no puedo evitar dejar escapar algunas lágrimas ante la visión de mi propia muerte. Creo que, a pesar de mis cambios físicos, yo sigo siendo yo. Nada ha cambiado. De todas formas, tal vez me lo había merecido. Es cierto que yo también había eliminado a algunos mutantes últimamente y ahora comprendo lo que habían sentido. La incomprensión. La crueldad. El desprecio.

Hinco las rodillas en el suelo y bajo la cabeza esperando el tiro de gracia. De pronto un hay un estallido y un reguero de sangre mancha mi cuerpo. El pelotón de fusilamiento se disuelve rápidamente en medio de un tiroteo. Debe de ser un milagro. Me tiro al suelo entre lágrimas pensando que así tal vez evitaré las balas perdidas. La refriega dura varios minutos y desde el suelo puedo ver como poco a poco las fuerzas de la LDH van cayendo uno tras otro, y cuando ya quedan pocos, estos salen huyendo sin mirar atrás.

Sigo en el suelo hasta que consigo escuchar una voz que me dice: “Levanta. Estás a salvo”.

Al ponerme en pie veo como el fuego se ha apoderado del campo de batalla. Ni siquiera le doy importancia a que sigo desnudo y puedo contemplar con júbilo a un reducido grupo de personas con algunas malformaciones, mutaciones, y alteraciones que les dan un aspecto horrible, pero que contrastan con unos ojos puros y una sonrisa cálida.

-          Vístete –dice el que parecía el líder de dicho grupo-. Si quieres, a partir de ahora podrás venir con nosotros, estarás más seguro. Por cierto, ¿cómo te llamas?


-          Me llamo Carasio…y soy un mutado.



1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate


No hay comentarios:

Publicar un comentario