La vida se acababa. Por lo menos para mí. Rodeado de aquella
gente de aspecto mugriento y cara de pocos amigos, espero mi muerte como un reo
ante un pelotón callejero de fusilamiento. Desnudo, intentando ocultar las
escamas de mi brazo, contemplo el resto de mi pálido cuerpo en busca de algunas
otras señales de mutación. Algunas de sus caras muestran asco, y varios de
ellos señalan con el dedo algo en mi cuerpo. Giro el brazo para tocarme la
espalda y puedo palpar algo viscoso y detestable que ha empezado a surgirme en
el centro de la ella. Sin poder verlo, siento que debe de parecerse a algo como
una aleta de pez. Estoy perdido.
-
Eres un repugnante mutado –dice el joven-. Sabía
que tu ausencia respondía a algo así. Lo intuía y no me equivocaba.
-
Vamos, no iréis a matarme. Siempre he estado con
vosotros, siempre os he ayudado. Si no queréis verme, simplemente dejadme ir.
Me largaré de la ciudad, pero no me matéis, por lo que más queráis.
-
¿Qué pasaría si dejáramos vivos a todos lo mutis que nos encontráramos? Yo te lo
diré. El mundo sería un lugar peor. Se juntarían y acabarían con nosotros.
Tenemos que defender a la humanidad. Es nuestra obligación. No puedes vivir.
Intento parecer duro, pero no puedo evitar dejar escapar
algunas lágrimas ante la visión de mi propia muerte. Creo que, a pesar de mis
cambios físicos, yo sigo siendo yo. Nada ha cambiado. De todas formas, tal vez
me lo había merecido. Es cierto que yo también había eliminado a algunos
mutantes últimamente y ahora comprendo lo que habían sentido. La incomprensión.
La crueldad. El desprecio.
Hinco las rodillas en el suelo y bajo la cabeza esperando el
tiro de gracia. De pronto un hay un estallido y un reguero de sangre mancha mi
cuerpo. El pelotón de fusilamiento se disuelve rápidamente en medio de un
tiroteo. Debe de ser un milagro. Me tiro al suelo entre lágrimas pensando que
así tal vez evitaré las balas perdidas. La refriega dura varios minutos y desde
el suelo puedo ver como poco a poco las fuerzas de la LDH van cayendo uno tras otro,
y cuando ya quedan pocos, estos salen huyendo sin mirar atrás.
Sigo en el suelo hasta que consigo escuchar una voz que me dice:
“Levanta. Estás a salvo”.
Al ponerme en pie veo como el fuego se ha apoderado del
campo de batalla. Ni siquiera le doy importancia a que sigo desnudo y puedo
contemplar con júbilo a un reducido grupo de personas con algunas
malformaciones, mutaciones, y alteraciones que les dan un aspecto horrible,
pero que contrastan con unos ojos puros y una sonrisa cálida.
-
Vístete –dice el que parecía el líder de dicho
grupo-. Si quieres, a partir de ahora podrás venir con nosotros, estarás más
seguro. Por cierto, ¿cómo te llamas?
-
Me llamo Carasio…y soy un mutado.
1.- Relato: Juan Trenado
2.- Fotografía: Pedro Valdezate
No hay comentarios:
Publicar un comentario