La luz pálida
y azulada del quitamiedos de la habitación creaba un ambiente tranquilo. Yo ya
era mayor pero aún así me gustaba sentir esa calma y esa seguridad que me
confería aquel suave resplandor. Mi madre llegaba siempre a arroparme un par de
minutos después de haberme acostado y charlaba conmigo antes de dejarme
de nuevo a solas para mi descanso. Siempre cuidaba mucho de mí, tratando de
protegerme de los peligros del mundo exterior. Ahora, una vez que yo me
encuentro en su situación, lo entiendo perfectamente.
Recuerdo la
noche en que tuvimos esta conversación como si hubiese sido ayer mismo. De
hecho me viene a la memoria a menudo, siempre que siento el cosquilleo de la
conciencia y que normalmente me sobreviene en la parte occipital de la cabeza. Recuerdo
los pasos ligeros por el pasillo y ese aroma cálido cuando me arropaba.
- - Mamá –comencé a preguntarle-, ¿crees en Dios?
- - Es una pregunta muy compleja, hijo –dijo
sonriendo-. A veces lo pone difícil.
- - ¿Y crees que existen el cielo y el infierno?
Se encogió de
hombros sin tener muy claro hacia donde quería llegar con mis preguntas. Su
mirada era tranquila y llena de sabiduría, como si en el interior de sus ser,
escondidas bajo llave, guardara las respuestas a todas las cuestiones de la
vida.
- - ¿Cómo crees que es el cielo?
- - Pues supongo que es como cada uno se lo imagine.
Supongo que tendrá todas esas cosas que te gustan, y estará lleno de gente,
todo el mundo contento. Nadie se peleará, ni se llevará mal. En fin, seguro que
es un lugar muy bonito.
- - Mamá, pues yo no creo que haya cielo ni
infierno. Creo que cuando nos vayamos de aquí iremos a otro mundo en el que el
bien y el mal luchan cada día como en un juego que nunca se termina, como si
fuera una enorme pista de coches de choque en el que te puedes montar en el que
más te guste y decidir si eres de los buenos o de los malos, y chocar y chocar
sin llegar a ningún sitio.
Ella se rió ante mi idea sin malicia,
sin ningún ánimo de burla o mofa, simplemente pensando de dónde me habría
sacado yo semejante metáfora con lo pequeño que era.
- - Me encanta tu idea, hijo. Aunque creo que algún
día descubrirás que eso no es otra cosa que la vida. La lucha constante por
labrarte un futuro. Por escoger las opciones correctas y por tratar de llegar a
algún sitio mientras sigues dando vueltas y chocando con otros que son como tú
y que desean lo mismo.
Años después veo que ella, como suele
ocurrir siempre con las madres, tenía razón. A veces me encuentro en un mundo
asfixiante, peleando para sacar adelante a una familia tratando de encontrar el
mejor camino. Resulta difícil en un mundo corrupto y oscuro luchar y defender
los valores correctos sin sucumbir a la ponzoña y el veneno que nos rodea. Moverse
entre el sufrimiento y la decepción. Entre la vergüenza y el dolor. Entre la violencia
y la maldad que nos invade por todas partes. Siempre podemos elegir nuestro
camino… aunque este nos deje chocando con otros semejantes y no nos lleve a
ningún lado.
Finalmente me sobrepongo a la fría y
breve punzada de la conciencia y guardo el maletín bajo el escritorio mientras
el tipo trajeado se marcha con sus pintorescos andares y una sonrisa de
satisfacción en los labios.
1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado
1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado
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