lunes, 30 de septiembre de 2013

Relatografías XX - Inevitable



La luz del faro, hipnótica como un corazón que late rítmico, rasgaba el vacío de la oscuridad nocturna tratando de abrirse paso entre la inminente tormenta. El viejo farero, cansado, miraba sin ganas el ir y venir de las olas a través de los sucios cristales. Ya quedaban pocos como él. Ya casi todos los faros eran automáticos y solo recibían personal cuando había que realizar alguna tarea de mantenimiento. Él, sin embargo, vivía allí solitario como se hacía antiguamente, pendiente de cualquier contratiempo que pudiera ocurrir.

Mirando hacia la playa, le pareció ver a alguien, una persona metida en el agua, tan quieta como una estatua en mitad del mar. Sintió un escalofrío extraño recorriendo su arqueada espalda al recordar unas palabras que le había dirigido una extraña mujer hacía muchos, muchos años. “Pase lo que pase –le había dicho con voz susurrante- no te adentres en el agua la noche de la tormenta”. En aquel momento le parecieron los desvaríos de una anciana, pero sin saber por qué, aquel arrugado rostro y aquellas misteriosas palabras habían aparecido en su memoria.

Cada vez que aquel haz de luz apuntaba hacia tierra firme, veía aquella minúscula silueta erguida en las oscuras aguas y no dejaba de pensar el peligro que aquello suponía. Malditos jóvenes –pensó-, siempre desoyendo los consejos de sus mayores. Se puso su gorro y su impermeable amarillo y bajó corriendo la espiral de la escalera que recorría el interior del faro. Las maderas del pequeño muelle que sobresalía de las rocas crujieron bajo sus pies como si temieran romperse en cualquier momento. Se montó en su motora y se dirigió hacia la silueta. Las gotas de lluvia chocaban contra su rostro entorpeciendo su visión.

Cuando llegó al lugar donde había visto la figura, no pudo encontrar a nadie. Entre el bamboleo del barco se asomaba por la borda gritando y buscando al joven. De pronto se giró y pudo ver algo dentro del barco, una persona se encontraba en pie en la proa de espaldas a él. Se acercó lentamente y cuando llegó hasta la figura y le dio la vuelta contempló algo que le aterrorizó hasta el punto de congelar su alma. Pálido y tembloroso retrocedió con tan mala suerte que resbaló, y cayó de la barca golpeándose en la cabeza. Allí, su cuerpo quedó laxo meciéndose en el agua como si se tratara de los restos de un naufragio flotando a la deriva.

La mirada de la anciana salió de su interior para volver a contemplar el mundo exterior. Llevaba años teniendo ese horrible sueño que le atormentaba por las noches, y ahora, al ver al joven farero, había recordado vívidamente esa imagen sabiendo a ciencia cierta que aquel muchacho era el mismo viejo de su sueño. Pensó en no decirle nada. Tal vez si ignoraba su sueño este no sucedería, pero tras unos instantes dubitativa, no pudo contenerse y se acercó hacia el joven para poder avisarle. Le miró a los ojos unos instantes e imaginó su aviejado rostro sobre la imberbe cara de aquel chico. Con un hilillo de voz y casi sin aliento le dijo: “Pase lo que pase, no te adentres en el agua la noche de la tormenta”. Y después se marchó sin saber lo que el futuro traería. Tal vez le hubiera ayudado. Tal vez fuera algo inevitable…

1.- Fotografía: Pedro Valdezate
2.- Relato: Juan Trenado



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